En los últimos días del Tercer Reich, en el mismo búnker de Hitler, había una pelea intensa entre quién lo sucedería cuando los soviéticos estaban a escasos 700 metros del mismo.
Allí estaban Hermann Goering por un lado y Himmler por el otro, o bien Goebbels. Igual sucedía en el ámbito militar, en el que se peleaban comandar ejércitos imaginarios.
Eso mismo me recuerda mi querida Panamá, donde veo cómo en el Órgano Judicial se pelean la ilegalidad, denegar fianzas, "habeas corpus", apelaciones, consideraciones, etc., con una facilidad para agradar al jefe de turno que le diga al "boss" lo eficiente que es tal o cual funcionario. Craso error.
En los libros de historia, rara vez se recuerda a esos oscuros arribistas que al final creyeron llevarse un pedacito de la historia al complacer a quien por tanto tiempo les hizo tanto daño.
Posterior a eso, todos se lamentaron y, como se dice, se voltearon y denunciaron los atropellos a los cuales ellos fueron inducidos, cuando de verdad lo hicieron con unas fieles ansias de ser recordados por sus reprochables actos, con el saliente jefe.
Esa es la triste historia del ser humano que no tiene identidad ni principios, que por llevarse al final una onza de reconocimiento comete los actos más abominables de injusticia.
También en Alemania, el juez del pueblo Roland Freisler condenaba a todo aquel que atentase contra la personería del Estado.
Todos los condenados eran filmados y exhibidos ante los atónitos invitados al búnker o a la Berchtesgaden en la rutinaria película de las 7:00 p.m. donde los soldados nazis veían la filmación de la muerte del enemigo.
Igual hacen en nuestro Panamá y conozco tres casos. Uno de Gustavo Pérez, que fue filmado por un comisionado; otro, de Riccardo Francolini en su celda, y el más patético, el de Alma Cortés, llorando de la impotencia, y en todos fueron enseñados al "boss", quien, me cuentan, lo disfrutó mucho.
Si pudiera, yo, con mucho gusto, les mandaría filmaciones mías y las pondría en YouTube porque me siento orgulloso de estar aquí por un motivo político, y que todo lo mío para filmarlo en una cárcel de Panamá para que nuestros detractores lo vean, gocen y festejen las penurias de otros, que después les tocaría a ellos, ya que el mal siempre pierde al final, y los malos son ellos.